Todo es violeta en el invierno*

Portada del libro / Foto ©Virginia Greco

Por: Juan Sebastián Cárdenas

 A estas alturas uno ya no debería asombrarse. Ya debería parecer normal que en Colombia los escritores precoces y prolíficos encuentren una muerte prematura por las causas más diversas: accidentes, enfermedades, suicidios, desapariciones forzosas, asesinatos. La lista es, no solo larga, sino constitutiva de una especie de tradición nacional. Me atrevería a decir que el estigma de la muerte temprana ha marcado nuestra manera de entender la literatura, desde el suicidio de José Asunción Silva hasta el de Andrés Caicedo, pasando por la repentina enfermedad de José Eustacio Rivera en Nueva York, por no hablar de esa otra forma de muerte prematura que es el abandono o la inconstancia en el oficio, como ocurriera con Jorge Isaacs o Aurelio Arturo.

En efecto, la literatura colombiana, más allá de sus logros puntuales y del indudable valor de algunas obras, aparece ante nosotros como un monstruo todavía informe, como algo que habría podido ser así o asá. No es raro encontrar en los textos de Rafael Gutiérrez-Girardot, tal vez nuestro crítico más importante, alusiones a ese estado larvario y casi siempre frustrado, como cuando describe a Fernando González como un Macedonio Fernández en potencia, o cuando se acerca a la caracterización de la obra del poeta popular Julio Flórez: “Flórez es para Bogotá y para Colombia lo que para Buenos Aires y la Argentina fueron, con algunos matices, Evaristo Carriego y Almafuerte”, escribe Gutiérrez-Girardot. “Y si resulta posible juzgar con más exacto criterio la obra trivial de los argentinos y no así la de Flórez, ello se debe a que los impulsos que desataron Carriego y Almafuerte fueron aprovechados por un Jorge Luis Borges, en tanto que en Colombia, tras el mundo real descubierto por Julio Flórez surgió la obra de artificio y simulación de Guillermo Valencia.”

No obstante, ese carácter de cosa inacabada, a fuerza de repetirse a lo largo de la historia, ha dejado de ser un rasgo accidental para consolidarse como un elemento constitutivo. Para mal o para bien solo podemos leer la literatura colombiana como un borrador inmaduro, una lectura que, sin embargo, ya no debe pasar por la nostalgia reaccionaria de lo que habría podido ser y nunca fue como por una valoración del potencial transformador que tiene esa inmadurez para la configuración intelectual de nuestro presente.

En su célebre prólogo al Ferdydurke, Gombrowicz reflexionaba sobre esta condición creativa de la inmadurez, sobre su carácter de fuerza capaz de engendrar anomalías, rupturas, pequeñas monstruosidades. Y en especial sobre su incesante conflicto (un conflicto que también es creativo) con la Forma. Forma e inmadurez parecen negarse mutuamente y, no obstante, en ese proceso dinámico que recuerda a la dialéctica especulativa hegeliana, aquella negación es lo que da lugar al movimiento, a la vida y a la historia.

En mi opinión, es en el marco de todas estas cuestiones donde resulta especialmente pertinente la publicación de esta selección de piezas teatrales de Álvaro Sierra Eljach (1980) , dramaturgo y actor que encontró la muerte en 2008 durante una representación de teatro infantil en Trujillo, Perú. Pese a su corta vida, Sierra Eljach escribió un buen número de obras teatrales que le valieron atención y reconocimiento de parte de sus compañeros de profesión, tanto en Colombia como en Argentina, país donde estaba radicado en el momento de su muerte.

De inmediato, lo más llamativo de su producción reunida en este volumen es la libertad con la que Sierra Eljach se acerca a la tradición teatral clásica. Como una especie de DJ, el autor acude a la tragedia griega o a Shakespeare con la misma soltura que emplea para introducir un incesante contrabando de voces coloquiales contemporáneas. Ese juego de sampleo, de comentario irónico, de suplantaciones y anacronismos presentados con una retórica cercana al pop es quizás la característica más notable de estas piezas de Sierra Eljach, especialmente en las más tardías como Toda una muñeca y Lulú Newman, donde los personajes parecen ajustarse a la descripción que hace el propio Gombrowicz sobre las criaturas de su Ferdydurke: “Sus dos rasgos característicos más destacados son los siguientes: primero, el aparato de las formas maduras de la cultura no es para ellos nada más que un pretexto para entrar en contacto entre sí —y para gozar y excitarse recíprocamente— y para armonizarse en sus dolorosos, inmaduros juegos. Lo importante para ellos es bailar; qué baile bailan, no les importa. Segundo: ellos sin cesar producen la forma, pero nunca la logran. No tienen creencias, ideales, convicciones, aptitudes, sentimientos, sino se los fabrican según sus necesidades y las necesidades de la situación. A cada momento se fabrican entre sí sus personalidades —uno crea al otro.”[1]

Digamos, pues, que no estamos simplemente ante un autor en potencia, sino ante una obra que, dentro de su propio campo y con un gran riqueza de recursos, consigue reflexionar sobre lo inacabado, sobre lo inmaduro y lo fragmentario. Como ocurre en el teatro de Andrés Caicedo, Sierra Eljach logra trasladar los elementos determinantes o externos al interior mismo de la forma literaria, casi como un recurso discursivo, lo cual, digámoslo ya, emparenta sus obras con los procedimientos de Grotowsky, otro maestro polaco a quien Sierra Eljach parece haber estudiado con juicio y de quien quizás aprendiera esa destreza para combinar materiales heterogéneos en una construcción orgánica.

Estos textos, quizás esté de más está decirlo, tienen ese doble valor que no suele ser común en la dramaturgia: por un lado poseen la suficiente fuerza como para ser leídos de manera independiente y, por otro, constituyen un material muy sugerente desde el punto de vista plástico para quien se aventure a ponerlos en escena.

Todo es violeta en el invierno, por tanto, marca un inicio. El comienzo de una nueva vida para estas piezas teatrales. Una vida abierta a los azares de la relectura y a la atracción de unos lectores que quizás con el tiempo acaben multiplicándose.


[1] Gombrowicz, W., Ferdydurke, Seix Barral, Barcelona, 2001.

Álvaro Ernesto Sierra Eljach nació en Popayán, Cauca, el 17 de Mayo de 1980. Maestro en Arte Dramático en la Universidad de Antioquia en 2004, con el trabajo de grado «Reflexiones sobre la relación teatro-máquina en el niño» Realizó estudios de actuación en La Habana, Cuba, y de dramaturgia en Buenos Aires, Argentina.

 

Dirigió «Cámara lenta» en Buenos Aires en 2007.

Escribió varias obras de teatro así como monólogos y crónicas entre las que se destacan: El Fantasma, Ese lugar, La fiesta roja, Tribuna Capuleto, Carrera Mínima,  Ellas, Toda una muñeca,  Antígona Antagónica,  Jasón la boda del argonauta, Textos empresariales y pedagógicos,  Hoy viene a comer el diablo, Freddy, Gulliver, Nelson´s World y Lulú Newman.

Falleció en Trujillo, Perú, el 23 de Mayo de 2008.

*Éste texto aparece publicado como presentación del libro Todo es violeta en el invierno, que los colegas del Taller Relata de Popayán nos hicieron llegar a comienzo de año. El libro fue editado en la Colección Dramaturgia de Gamar Editores en diciembre de 2012. Lo reproducimos aquí para dar noticia del mismo, así como de su joven autor, y gracias a la autorización que Matilde Eljach y Felipe García Quintero, muy amablemente nos han dado.

En caso de estar interesado en adquirir ejemplares por favor envíe un correo electrónico expresando su interés a: matilde.eljach3@gmail.com

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