Una misión por cumplir *

Manuel Borrás, editor de Pre-textos.

Por: Rodolfo Ramírez Soto

Salinger decía: “si no puedes vivir, escribe; si no puedes escribir, edita”. En esta frase, del célebre escritor estadounidense, bien se puede reconocer aquella percepción -afincada en un amplio sector de los que se dedican al oficio de las letras- que se tiene cuando se piensa en aquel ser que se dedica a ser editor: un alguien que ante su inhabilidad frente al oficio de la escritura –y por ende frente al ejercicio de la vida– se mete a intermediar entre los productores y los consumidores de la literatura. Una suerte de fantasma que solo existe en  ese exiguo espacio central que hace de horizonte entre el lector y el escritor. Una entidad que a veces acaso funge de genio maligno, o como les ven muchos de los escritores, un mal necesario.

No obstante, y en abierta oposición frente a una imagen tan devaluada, también resulta nutrida la cantidad de leyendas redentoras que afirman que fueron precisamente las manos etéreas de un editor -y no las del propio escritor- las que contribuyeron generosamente a lograr versiones finales de muchas de las obras que hoy en día se consideran importantes en la historia de la literatura universal: de Pedro Páramo, para solo citar un ejemplo, se especuló por mucho tiempo que fueron los editores del Fondo de Cultura Económica -entre los que se contaba Alí Chumacero (responsable de la primera edición)- quienes le ayudaron a Rulfo a dar cuerpo y orden a su singular novela.

Hablar del oficio de editor es hablar entonces de dicotomías, de un camino escindido y enfrentado en el que la peor parte se la lleva por lo regular el editor. Es el editor a quien le falta el talento; a quien le sobra el dinero (de allí que los ingleses se refieran a la edición como una profesión de caballeros); o a quien le faltan los dos y por ello no le interesa la literatura, un alguien que ve en los libros meros productos destinados a funcionar de manera rentable en un mercado.

Sin embargo, nombres como: Gastón Gallimard, fundador de Ediciones Gallimard, quien arrancó su empresa editorial con un catálogo que incluía autores de la talla de Andre Gide, Paul Claudel o Marcel Proust, entre varios otros de los grandes exponentes de la literatura francesa; Leonard y Virginia Woolf, fundadores de Hogarth Press, una mítica editorial que publicó la obra de escritores tan importantes como: Katherine Mansfield, T. S. Eliot y de la misma Virginia Woolf por supuesto; o Francisco Porrua, quien desde proyectos editoriales como Suramericana o Minotauro publicó voces tan innovadoras como las de Julio Cortazar o Gabriel García Márquez, muestran a este otro editor quien, en comunión con la expresión de Allen Lane -fundador de la revolucionaria Editorial Penguin- sostiene que “el mejor negocio es un buen libro” y considera que la buena literatura debería ser “accesible a todos y a bajos precios”.

Manuel Borrás es un editor de estos últimos. Nació en Valencia –España- en 1952. Estudió el bachillerato en el Colegio Alemán de su ciudad y luego realizó un preuniversitario en el CEU de Madrid. En la Universidad de Valencia estudió Filología Moderna y por aquellos días universitarios escribió ensayos académicos sobre germanística y en torno al movimiento expresionista alemán y austriaco.

En 1974, decepcionado del futuro que le deparaba su trasegar por la institución universitaria decidió -junto a un par de compañeros-, como estrategia vital para burlar la academia, fundar la editorial Pre-Textos.

Pre-textos nació -según palabras de Borrás- “por una extraña combinación de pasión y decepción. Pasión por la cultura escrita y decepción por la institución universitaria a la que no queríamos ver ligadas nuestras vidas”.

En 1997, 23 años después de haberse embarcado en la aventura, su trabajo obtuvo el Premio Nacional del Ministerio de la Cultura a la Labor Editorial y hoy en día Pre-Textos es una de las pocas editoriales independientes que logran ser auto sostenibles en España.

Manuel es bajo y orondo; lleva el cabello corto; su frente es amplia y sus ojos son claros. Es un ser afable y de anteojos. Es abierto, espontáneo y optimista. Su conversación es agradable. Habla de su ofició con la pasión del enamorado. Da gusto escucharlo, su charla contagia, emociona. Yo le escuchaba y me sentía una especie de iniciado, un alguien al que le contaban los secretos de un oficio cuyo único secreto es el mismo de todos los oficios: hacerlo con pasión. Por lo mismo más bien pregunté poco, mis preguntas nada más que se desprendían de sus respuestas buscando pequeñas precisiones. Incluso mi primer pregunta se desprendía de aquella charla a la que asistí para escucharle y luego entrevistarle.

Hace un rato decías: “el mejor libro que puede escribir un editor es su catálogo”, ¿cómo es eso?

Mira, el mejor libro que puede escribir un editor es su propio catálogo. El catálogo del editor, antes que nada, representa en cierto modo cuáles son sus inquietudes y cuál es su sensibilidad. Después resulta además un libro -un libro digamos que imaginario pero real- que por contraste con los otros libros es un libro de corte polifónico.

El editor tiene la responsabilidad de convocar a una serie de autores a ese catálogo aplicando un criterio de excelencia y de lo que se trataría, en la medida de las posibilidades, es que todo eso armonizase. ¿Por qué? Porque el lector también necesita de la opinión, y digamos de la orientación, de un editor, de un editor verdaderamente literario. Es decir, en cierto modo tu no sólo tienes que vender libros sino también confianza.

Por ejemplo: si has descubierto un autor y tratas de ponerlo en conocimiento de otros que no le conocen, tal labor resultará afortunada si tú los has seducido previamente y les has garantizado que en tu selección, en tu labor de rastreo, has sido riguroso y acertado. Así entonces te siguen.

En ese catálogo además todas las voces deben estar más o menos armonizadas porque si hay algo que desentona, por ejemplo gente incluida por el hecho de ser amigos y no por el criterio de excelencia, estás equivocándote y desde luego el lector riguroso, el lector, vamos a utilizar un término de Juan Ramón Jiménez: “el lector gustoso”, saldrá huyendo.

¿La construcción de ese libro no estaría limitada por el ejercicio de la venta?

Ese libro en principio suele estar siempre limitado por el ejercicio de la venta, pero yo diría que dentro de las posibilidades que tenga cada uno debería no estarlo. Es decir, puede haber un tanto por ciento de limitación, pero yo creo que nosotros tenemos la responsabilidad, y esa es nuestra misión –la de los editores literarios por contrapartida a los editores comerciales o industriales cuya figura me parece totalmente legítima en la sociedad de mercado-, de tratar de poner en circulación literatura. La mejor de las literaturas posibles.

Es factible hacer negocio vendiendo buenos libros. A mi lo que me parece increíble es que se empleen tantos medios por parte de las grandes empresas editoriales, me refiero a los medios de comunicación, para vender sub-literatura. Muchas veces me pregunto por qué no hacen ese mismo esfuerzo para vender buenos libros.

Lo que yo trato, como editor, es vender buena literatura, puedo estar equivocado o estar acertado, pero antes que nada mi objetivo es vender buena literatura. Eso no está en contradicción con la economía. Acaso a mí me ha costado más que ha otros pues yo llevo treinta y cuatro años en esto y la editorial ha empezado a ser rentable apenas hace quince. Y acaso además he sido un privilegiado ya que nosotros pudimos afrontar, otros no pudieron y por eso me considero privilegiado, un rubicón de diecinueve años empleando dinero en nuestro proyecto, pero finalmente hemos puesto en funcionamiento una empresa que es próspera y nos está dando unos resultados en lo económico bastante concluyentes. Valió la pena el sacrificio y el esfuerzo.

¿Este esfuerzo que es Pre-textos se ha visto afectado por los nuevos medios de publicación electrónica?

Nosotros siempre celebramos los avances técnicos con satisfacción. Todo ayuda. A nosotros no nos ha afectado ni creo nos vaya a afectar. Lo único que a mí personalmente me ha inquietado de este asunto no es ya la irrupción de esa pantalla electrónica que quieren vender como «libro», sino la violencia con la que la han presentado. En mi país la «vendieron» como un artilugio que iba a condenar al olvido a casi cinco siglos de cultura impresa. Eso es algo que debe ofender nuestra inteligencia y sensibilidad. A veces olvidamos que la cultura está en relación directa con la educación. Nadie mínimamente educado debería querer desplazar a nadie, al contrario.

¿Qué tanto espacio tienen las voces emergentes en Pre-Textos?

Mucho. Desde el principio. En el panorama de la edición en español quizá Pre-Textos es de las editoriales que más atención les ha puesto. Te voy a poner un ejemplo: hay una colección en la editorial que es de primeros libros. Yo elegí los tres títulos iniciales de esa serie y luego convoqué a esos tres primeros autores para que se constituyeran en un consejo que fuera el que decidiera cuáles de sus colegas se iban a ir incorporando en esa selección y que además la gestionara. Al principio fue muy difícil que se pusieran de acuerdo, pero hoy esa es una colección en la que tenemos más o menos doce títulos publicados. De esos doce poetas, sin exagerar, diez gozan de un prestigio enorme en mi país, han tenido premios importantes en él y hoy son autores que brillan con luz propia. Eso demuestra nuestro apoyo primerizo.

¿Qué le recomienda a los nuevos editores independientes?

Yo les recomendaría, sobre todo, entusiasmo, voluntad. Y después también conciencia del mundo en el que se van a meter. El mundo de la edición es una aventura apasionante en la que hay que tocar muchísimos resortes y que además se aprende en el ejercicio. No hay que desmoralizarse al cometer los primeros errores, hay que tratar de evitarlos, pero de los errores también se va aprendiendo. Además en esto nunca se deja de aprender, eso te lo puedo garantizar, el mundo del libro implica tal multiplicidad de problemas y descubre además dimensiones tan grandes, que siempre estas aprendiendo cosas y siempre hay algo que se puede mejorar o perfeccionar. Eso es un reto maravilloso.

Sin embargo, te repito, lo que más se necesita es entusiasmo y confianza en los momentos difíciles. Si nosotros hubiésemos tirado la toalla en los momentos iniciales, porque nunca es fácil abrirse camino en este proceloso mar de la edición en español, hubiésemos verdaderamente arruinado nuestras vidas. El haber sobrevivido ha supuesto también el haber persistido en una idea.

Lo que hay que tener cuando se comienza un proyecto de estos es la idea clara de que tenemos una misión que cumplir. Por lo menos esa fue mi idea. Y la misión es: tratar de hacer compartir a los otros aquello que te ha sido útil a ti previamente.

* (Entrevista publicada inicialmente en la edición impresa de la Revista de Cultura y Arte ANACONDA N° 30 – Quito, abril de 2011)

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